es un canto a la abundancia simple y eterna.
Abre como un canasto de frutas maduras bajo el sol: cítricos luminosos que despiertan, dulces jugosos que envuelven. En el corazón, la fruta se vuelve crema, redonda y generosa, sin aristas, como una siesta dorada. El fondo es limpio y persistente: almizcles blancos y maderas suaves que sostienen la fragancia con una elegancia silenciosa.
Es un perfume directo y honesto, de estela amplia y memoria larga. No grita modernidad: la confirma. Conserva lo esencial —fruta, luz, piel— y lo transforma en una firma alegre, optimista y segura, pensada para quien avanza sin pedir permiso, dejando huella con naturalidad.
