Día Blanco
Amanece sin ruido.
El mundo se viste de luz limpia, como una sábana recién tendida al sol.
Día Blanco no irrumpe: acompaña.
La salida es fresca y serena, un aire puro que recuerda a jabón noble, a ropa secándose en el patio, a la calma de las cosas bien hechas. En el corazón, flores claras y suaves laten con discreción —no buscan protagonismo, buscan equilibrio— como un gesto antiguo de elegancia cotidiana. El fondo es cálido y ordenado: maderas claras, almizcle limpio, una suavidad que permanece sin imponerse.
Este perfume no grita modernidad, la susurra.
Honra la tradición del buen gusto, la prolijidad, la presencia silenciosa que inspira confianza. Es el aroma del día correcto, del paso firme, de la mente despejada.
Día Blanco es claridad.
Es comienzo.
Es la belleza de lo simple, sostenida en el tiempo.
